Tiempos extraños

 

Vivimos tiempos extraños, de delirios enfermizos y represión paranoica donde los pilares de la cordura se están derrumbando y los instintos atávicos han tomado el poder, dejando un campo yermo de raciocinio y sensatez al que le veo difícil regeneración.

El miedo y la propaganda ritualista de unos medios de comunicación corrompidos hasta la médula y vendidos al mejor postor han inoculado su veneno a un amplio espectro de la población y tomado el control absoluto de sus mentes y designios. Da igual el nivel intelectual o cultural, el espectro ideológico al que se pertenezca, país, raza o sexo; el alarmismo lo ha invadido todo y la libertad de expresión (sustento y generadora de todas las demás libertades) está siendo demolida.

Vemos a artistas venerados exigiendo censura, popes del liberalismo pidiendo leyes represoras, periodistas antaño sensatos reclamando apartheid sanitarios, plataformas digitales coartando opiniones, médicos negándose a salvar vidas; todos actos deleznables que hace dos años serían rechazados de pleno por la mayoría de la población y ahora son demandados en pro de un supuesto bien común. La sociedad ha olvidado que cada vez que se cede una parcela de libertad a aquellos que nos gobiernan rara vez la devuelven de manera voluntaria.

Hemos perdido por desgracia el foco del debate, olvidándonos de lo verdaderamente importante y sustituyendo el discurrir pausado, siempre basado en la confrontación de opiniones, por las soflamas incendiarias con el pretexto de una base científica a la que se le ha otorgado rango de dogma de fe.

Las opiniones contrarias al relato oficial, con independencia de quien procedan, son inmediatamente calificadas de falsas y etiquetadas como desinformación; llegando a ese punto de máxima barbarie donde no solo se quiere imponer una visión única de la realidad sino que se elimina al instante la más mínima disensión.

La distopía tantas veces anunciada en novelas y películas de ciencia ficción ha llegado, cómo no, de manera sutil y silenciosa, impecablemente elaborada, dejando que en gran medida sean los propios ciudadanos los que la impongan y exijan. A partir de aquí todo será, como bien anunciaba Roger Waters, otro ladrillo en un muro que mucho me temo no dejará de crecer. Al menos (pues siempre conviene ver el lado positivo de las cosas) no nos aburriremos.

   

P.D. Son estos por desgracia comportamientos que venía denunciando desde hace tiempo y que han acabado exacerbándose e instalándose plenamente en la sociedad, llegando a unos límites que no habría imaginado ni en el peor de mis delirios. Pues no es tanto una cuestión de si es el grupo A o B el que tiene razón, sino de denunciar la imposición de leyes represivas, el peligro de dar tu opinión sobre ciertos temas y la imposibilidad de hacer un debate público, hechos todos que preludian siempre el fin de las democracias.