Ofendámonos. (Tiempos Modernos III)
Una tercera seña de identidad de estos tiempos digitales en los que vivimos es el exceso de susceptibilidad, especialmente de ciertos colectivos, ante las críticas razonadas o comentarios que pongan en duda sus creencias.
Las raíces más profundas de este fenómeno nacen, en mi opinión, de una triple serie de causas:
Por un lado de la confusión por parte de algunas personas de lo individual y particular con lo general (todo lo que me afecta a mí, piensan, necesariamente debe afectar a los demás, lo que les lleva a imponer de manera forzosa su punto de vista); por otro de esta ola inmersiva de pensamiento políticamente correcto que afecta tanto a la derecha como a la izquierda ideológica, que limita peligrosamente tanto el pensamiento como el modo de expresarse de los individuos; y por último de una infantilización del carácter (cuyas consecuencias son reducido autocontrol emocional, nula capacidad crítica y escaso sentido del humor), que provoca que prácticamente todo acto, opinión o sugerencia acabe siendo ofensiva para alguien, y por tanto condenable.
Este exceso de susceptibilidad se ha dado desde el principio de los tiempos en ciertos estamentos culturales (sobre todo religiosos), siendo su intensidad variable según la época y nación de la que hablemos, pero después de un proceso de liberación y apertura de carácter que se dio sobre todo en las sociedades occidentales en los años sesenta y setenta, sorprende cómo hemos involucionado al respecto en estos últimos tiempos, afectando esta neurosis (que se ha magnificado y expandido por culpa de las redes sociales) a casi toda la sociedad.
Una de las primeras veces que este fenómeno alcanzó cierta repercusión fue con el estreno en 1992 de la película “Instinto Básico”. Diversos colectivos de gays y lesbianas se manifestaron contra el film ya que, a su entender, se estaba dando una imagen peyorativa del lesbianismo al ser algunas de sus protagonistas mujeres bisexuales de errático comportamiento y con tendencia a cometer actos criminales.
Excuso decir que no tengo nada en contra de las reivindicaciones sociales de estos colectivos, todo lo contrario, pero en este caso se equivocaban en sus protestas pues obviaban algo tan básico como que en miles de películas anteriores el personaje criminal estaba interpretada por hombres o mujeres heterosexuales. Y no conozco a nadie que se haya enfadado por semejante cosa. Si estuviéramos hablando de un documental que dijera sin ningún tipo de pruebas o estudio sensato que el lesbianismo o la homosexualidad están relacionados con altos índices de criminalidad sí entendería el enfado y las manifestaciones, pero extrapolar una conclusión de una ficción particular a una generalidad en la vida real es un absoluto dislate racional.
Se estaba sacando una conclusión a partir de una premisa equivocada y por medio de un razonamiento equivocado, sin embargo (y aquí surge un nuevo problema) criticar esta actitud supone que, por medio de otro razonamiento perverso, se te acuse en las redes sociales no solo de no apoyar al movimiento de mujeres lesbianas, sino que además te convierte en machista, misógino y puede que hasta en fascista. Y por supuesto argumentar que esta nueva deducción es falsa hará que te ataquen con más saña.
Pues hemos llegado al punto en que criticar un posible razonamiento equivocado que haga el colectivo de una minoría te convierte de manera forzosa en alguien que ataca a dicho colectivo; y lo que es peor, exponer dicha falacia provoca que además seas acusado de manipulador, insensible y poco respetuoso. Cuando no de cosas peores. El mundo al revés (y que tiene como peligrosa consecuencia que personas que apoyaban o sentían simpatía por este tipo de colectivos acaben sintiendo rechazo por ellos).
En estos momentos es, por desgracia, relativamente habitual encontrarnos con un proceso que aglutina los tres comportamientos nocivos de los que les he hablado en estos tres últimos artículos (ofensa, critica, represión):
Así, primero tenemos a una persona o colectivo que se ofende de manera exagerada por un comentario que consideran ofensivo o por cuestionar sus particulares creencias; a continuación surge la respuesta airada de este colectivo en forma de numerosas y airadas críticas de protesta (la mayoría de las veces exageradas, pobladas de falacias e insultos, y carentes de todo fundamento) y por último viene la represión y el silenciamiento de la voz que originó todo el proceso, que servirá de ejemplo ilustrativo para que los demás no vuelvan a cometer la “torpeza” de cuestionar dicha creencia.
Tenemos como conclusión un mundo (casi siempre virtual) en el que paradójicamente ciertas opiniones inteligentes o irónicas son silenciadas , y en cambio las críticas más feroces y despiadadas son jaleadas por la masa enfervorecida.
Pues el humor, el sarcasmo y la ironía son, como ya mencione en otro artículo, los principales afectados por este exceso de susceptibilidad y este perverso modus operandi que ha acabado contagiando al mundo de la política, el periodismo y las redes sociales, que limita peligrosamente nuestra libertad de expresión y que poco a poco se está integrando en nuestra personalidad convirtiéndonos en seres zafios, infantiles y, lo que es peor, fácilmente manipulables.