Ha vuelto ha suceder. Un humorista polemiza sobre una determinada cuestión o grupo social, y hordas de pusilánimes ofendidos le acusan de incitación al odio, le insultan y le amenazan de muerte (sin ser conscientes, supongo, de que toda amenaza e insulto constituye un acto de odio por sí mismo), cayendo por tanto en una absurda contradicción. Aunque quizá lo más patético consista en escuchar a determinados periodistas pseudoprogresistas dar la razón a aquellos que cargan contra la libertad de expresión, y, lo que es peor, justificar la retirada del monólogo que inicia toda la polémica (justificando por tanto la censura).
La sociedad sigue dando muestras de su patetismo infinito, de su infantilización desbordante y lo que considero más grave, de su absoluta falta de sentido del humor. Sentirse ofendido es hoy casi una profesión reglada de la que uno puede vivir, y que por encima te regala la sensación de creerte moralmente superior a los demás, cuando en realidad solo es una expresión de la estrechez de miras, de los prejuicios firmemente instalados y de la falta de una personalidad propia, adulta y bien formada.
Uno mira con envidia a la sociedad inglesa que ha aprendido con su inteligente e irónico humor a reírse de todo y de todos con absoluta normalidad, sin rasgarse las vestiduras ante los excesos ni mostrarse violento, patético o compungido cuando un chiste hace referencia a su condición social, religiosa o racial. Este pensamiento inquisitivo es sin duda consecuencia de la dictadura falaz de lo políticamente correcto, perversa ideología que ha contaminado y enfangado completamente a la izquierda ideológica y que por desgracia se está extendiendo a toda la sociedad.
Si te consideras parte de un colectivo minoritario y oprimido reivindica tus derechos, trata de integrarte con amabilidad y respeto, ríete de tus particularidades (pues todos tenemos las nuestras) y si alguien te ofende con su humor pues elige otro tipo de humor, porque si tratas de coartar la libertad de expresión (derecho básico e irrenunciable) y consigues silenciar a quienes te critican, piensa que en un futuro próximo cuando estés luchando por esos derechos básicos quizá seas tú el silenciado.
P.D. La libertad de expresión tiene por supuesto sus límites obvios, que vienen dados cuando se emiten injurias graves contra una persona en particular, causándole un daño moral (y a veces social) evidente. Pero cuando afectan a un colectivo nunca debe haber límites a la libertad de expresión, aunque a veces nos sintamos ofendidos, pues existe el riesgo de que dichos límites acaben siendo usados y manipulados por aquellos que manejan los resortes del poder, en perjuicio, siempre, del ciudadano.