Equals. Elogio de la subjetividad

Aunque sin llegar a los niveles delirantes de la pintura abstracta o el arte moderno, se puede considerar al cine como una de las artes más subjetivas a la hora de juzgar sobre su calidad implícita.
Si bien en términos técnicos (iluminación, sonido, fotografía, decorados, vestuario) sí hay unos criterios claros que podemos definir e incluso valorar, cuando nos acercamos a la parte creativa (guión, dirección, interpretación) encontramos más dificultades para decidir objetivamente si algo es bueno o malo, pues ahí intervienen un cúmulo de circunstancias que en gran medida dependen de las particularidades de cada uno: nivel cultural, edad, ideología, estado anímico y un largo etc.
Basta entrar en una página tipo filmaffinity para comprobar como la mayoría de las películas poseen puntuaciones del todo antagónicas, siendo consideradas por unos como obras maestras mientras que otros en no menor proporción las denominan auténticas bazofias.

En lo que a mi respecta me gusta dejar transcurrir varios días desde el visionado del filme para al menos intentar valorarlo con cierta frialdad y distanciamiento, sabiendo en todo momento que como cualquier otro estoy sometido a los designios de la subjetividad y que lo que yo considero como “obra maestra absoluta” puede ser un “soberano coñazo que aburriría hasta a un muerto” para el desconcertado lector. O al revés. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no quedarme dormido en el cine mientras veía La bruja (Robert Eggers, 20015) y me preguntaba somnoliento por qué todos los grandes críticos cinematográficos de este país la habían calificado como una de las mejores muestras del cine de terror de los últimos años.

Pero esta vez ha pasado todo lo contrario. No tenía buenas referencias de la última película dirigida por Drake Doremus, “Equals”; algunos críticos la consideraban como una historia meliflua, anodina y aburrida, mientras que otros, los más hirientes, como un remedo de Crepúsculo pasado por el tamiz de la ciencia ficción (con Kristen Stewart incluida). Y puesto que no soy precisamente fan ni de la edulcorada obra de Stephenie Meyer ni de sus adaptaciones a la gran pantalla, me asomé a este filme con pocas ganas y grandes reparos; pero bien sea por mis bajas expectativas o por la calidad del filme en sí, reconozco que me he llevado una agradable sorpresa. 

De acuerdo, “Equals” tiene sus defectos, es una de esas películas que podríamos calificar como impecables en lo formal pero reiterativa en lo conceptual. No muestra nada nuevo, no hace falta profundizar mucho para descubrir que es una amalgama fácil de “1984” y “Romeo y Julieta” donde el Gran Hermano de Orwell es sustituido por una omnipresente vigilancia mutua en una sociedad excesivamente reglada; y la tragedia de los amantes viene dada no por conflictos familiares sino por un mundo donde la expresión genuina de sentimientos ha degenerado en enfermedad infecciosa que por el bien común se debe erradicar.
Pero me ha gustado, y mucho, cómo me lo han contado, con una hermosa fotografía donde predominan los azules y colores fríos, elegantes primeros planos y una minimalista banda sonora que acompaña muy bien a la historia (todo muy parecido por cierto a la posterior La Llegada (Dennis Villeneuve, 2016) (la sombra de Kubrick sigue siendo muy alargada)). He sentido también como reales la tragedia de los protagonistas (bien interpretados por Nicholas Hoult y la citada actriz), contada con sutileza y sin excesivo sentimentalismo, y me ha gustado el final, apropiado para la historia y al que no le ha faltado cierto toque de ingenio.

Encontramos también cierta carga de profundidad en el guión (escrito por el guionista de Mooon (D.Jones, 2009), Nathan Parker), con más crítica social de lo que aparenta y dejando asomar de manera implícita la incómoda pregunta: ¿merece la pena suprimir todos nuestros sentimientos para alcanzar así un mundo sin guerras? Al fin y al cabo la clásica dicotomía tan presente en nuestros días “libertad vs seguridad”.
Hay también, algo que siempre se debe valorar, un intento del director de crear una obra personal e intimista que no siempre es condescendiente con los gustos del habitual espectador y que es claro continuador de sus anteriores y muy recomendables películas: “Como locos” y “Pasión inocente”.

Veo en definitiva más aciertos que fallos y más valentía que acomodamiento, por eso la elogio y la recomiendo, pero todo esto contado, nunca lo olviden, bajo el filtro de mi conciencia y mis gustos personales. Ahora vean y decidan, y si a ustedes después de todo les parece un soberano coñazo, ya saben, no me echen a mi la culpa sino a ese extraño concepto que nubla todo juicio y entendimiento llamado subjetividad.

Crítica publicada el 14 de Marzo de 2017 en CeluloideParanoide.