Obviedad.
Chillan los parabrisas
ante el convencimiento unánime
de su inútil resolución,
refriegan envueltos en lluvia
tiritando en mil cristales
sin la más mínima queja
en su andar disparatado
de adelante hacia atrás.
¿Conocen de alguno que se haya rebelado,
de alguna muestra de inconformismo,
de hoy no limpio sino ensucio?
Uno o dos habrá, todo puede ser,
pero son minoría, elementos ya gastados,
pobres en su mal funcionamiento.
Si esto llegase a ocurrir
la solución es fácil, acuda a su concesionario
y lo intercambia por uno nuevo y reluciente.
¿Qué fácil, verdad?
Pruébelo, le garantizo resultados nunca adversos.
Se creerá Dios por un día, diablo para toda una eternidad.