La inversión de la paranoia

En en un lejano 2012 escribí este breve relato a saber por qué absurdas motivaciones. Juzguen ahora si mis delirios de entonces se asemejan, aunque sea un poco, a los sombríos tiempos que estamos viviendo ahora.

   

La inversión de la paranoia.

Aturdida después de tantas horas de escucha en un idioma que, aunque no era el propio, dominaba perfectamente, salió del hotel y se sentó en una de las sillas de la terraza, aliviada, cerrando los ojos y dejando con placer que el sol acariciara suavemente su rostro. Cuando los volvió a abrir apareció de súbito ante ella el circunspecto rostro de un antiguo y estimado amigo, protagonista principal de la charla que acababa de escuchar, preguntándole con su habitual cortesía si le importaba sentarse unos minutos a su lado.

Aunque prefería estar sola, ella accedió.

—Es siempre un gran placer saludarte —dijo el hombre—, tanto como el poder conversar contigo, algo que por desgracia no ocurre con la frecuencia que hubiera deseado. Creo que no nos veíamos desde… hace tres años ¿no?

—Si, desde que me invitasteis a la última reunión.

—No ha sido por descortesía, créeme, más bien todo lo contrario. Sé que te aburren estas interminables charlas y que… por norma general prefieres desconocer los detalles. Pero lo que hoy tratábamos era de tal importancia que he considerado imprescindible contar con tu siempre estimable compañía.

—Gracias por la consideración.

—Sin embargo… cuando estábamos dentro no he podido evitar fijarme en tus reacciones y, aunque quizá solo ha sido impresión mía, te he notado preocupada, algo triste, con cierto tono de indecisión en tus gestos. ¿Algún problema al respecto de lo que hemos estado tratando? —le preguntó mirándola fijamente a los ojos.

—Tienes razón, no estoy acostumbrada a estas jornadas maratonianas. Mis cometidos son otros y sí, hay ciertos temas de los que siempre he preferido no saber. Además, ha sido una semana larga y complicada, ya sabes de mis problemas personales y de los desaires que tengo que soportar en mi propia casa, pero no es eso un tema para tratar ahora aquí. Respecto a lo que he escuchado hoy reconozco que el último tema en cuestión me ha parecido un tanto… polémico. Y de muy difícil ejecución. Exactamente ¿cómo lo haremos?

—Querrás decir, como lo estamos haciendo —respondió dejando esbozar una ligera sonrisa.

—Sí, supongo que sería lo más apropiado.

Ella permanecía seria.

—Pues como se hacen las cosas bien hechas y que perduran en el tiempo, muy poco a poco, con paciencia y disciplina, moviendo con elegancia los hilos para que apenas se den cuenta de lo inmenso de la manipulación. Es inevitable que una minoría perciba sombras extrañas, patrones que se repiten; lo harán los más perspicaces, sí, pero también los más incomprendidos. Nadie les hará caso. Créeme, ya se ha hecho esto antes, hace milenios, y siempre da el mismo resultado: el control absoluto.

—Dame más detalles.

—Empecemos por el principio. Tenemos una población dispersa, formado por individuos diferentes y cada uno con sus creencias, sus inquietudes y sus particulares miedos y temores. Un conjunto muy interesante pero difícilmente manipulable, así que necesitamos agruparlos, que sean un ente único, con objetivos comunes y obedeciendo todos un mismo corpus de leyes inmutables.

»Cuanto más intangible sea ese nexo de unión más hondo calará en sus mentes, con más frecuencia se reproducirá. La dificultad de calibrarlo ralentizará su crecimiento, es cierto, pero en contrapartida será menos susceptible a los ataques externos y a las disensiones internas. Tan difícil es combatir a un enemigo invisible como a un parásito que haya conseguido fusionarse de tal forma con el organismo huésped que ya casi sea imposible diferenciarlos.

—¿Y cuál es ese elemento de unión?

—Debe ser un concepto casi eterno, que sobreviva a los hombres y las épocas, a las revoluciones y a los cataclismos. De la dureza y brillo de un diamante pero sin su constitución material. Será el caparazón grueso y duro que unifique e impida la deserción, el sinónimo perverso y a la vez antagónico de lo que conocemos por esperanza.

»Primero fueron las religiones, luego las ideologías, después la ciencia, ahora es el capital y puede que en un futuro sea la naturaleza. Por supuesto todas han actuado conjuntamente a lo largo de la historia pero según cada época y cada territorio aumentamos o disminuimos la intensidad de aquella rama que más convenga a nuestros intereses. ¿Comprendes ahora la belleza del proyecto? Son todas causas nobles y por ello muy fáciles de corromper. ¿Qué diferencia hay entre un mártir y un terrorista? El mártir muere por nuestro dios, el terrorista por el de ellos. Y nosotros, como omnipotentes demiurgos hemos creado a ambos, héroes y villanos, es más, hemos creado incluso los dioses por los que se acaban de inmolar. Todo está programado.

—Entiendo, ¿y luego?

—No podemos dejarles caer en la rutina, unos se vuelven demasiado vagos y otros demasiado inteligentes, así que les damos algo en que pensar, algo que les incomode, es decir, creamos una disensión. Puede ser una idea, un trozo de tierra, un nuevo dios, simplemente algo que de manera temporal les aleje de la media estadística en la que viven cómodamente instalados.

»Plantaremos esa idea en lo más profundo de su inconsciente y la regaremos ocasionalmente con manipulaciones y noticias estruendosas. Crecerá por obra nuestra creyendo ser ellos los únicos agricultores. Las raíces ramificarán en su psique y se adentrarán en lo más profundo de su conciencia.

»Cuando el temor invada sus vidas comenzará la parte más entretenida. La alteración constante de los hechos comunes, la supresión de las escasas libertades que ya poseían, la paranoia como elemento consolador. Aceptarán lo extraño porque así lo demandarán, condenando a todo aquel se oponga. Estos pocos protestarán por la inversión del proceder habitual de las leyes, pero sus lamentos apenas serán escuchados y sí ridiculizados por aquellos que antes defendían lo que ahora pervierten. Romperemos su conciencia como fruta madura, y dejaremos que las moscas se alimenten de su materia corrupta.

—¿No es ir demasiado lejos? Además, dejando de lado la cuestión moral, de la que podríamos hablar otro día, ¿no os exponéis demasiado con este procedimiento?.

—Ah, el último y más sublime paso; anatemizar la critica, el pensamiento razonado. Conspiramos y a la vez desinformamos y a la vez manipulamos para ridiculizar a aquellos que osan sugerir que conspiramos. Complejo pero a la vez sencillo: las mentes más brillantes, aquellos que quizá podrían desenmascararnos, se convierten por medio de esta argucia en nuestros más rigurosos defensores. Periodistas, escritores, científicos e incluso artistas colaboran con su ignorancia a consolidar nuestro plan maestro.

Ella cerró temblorosa los ojos y después de meditar unos segundos se dirigió por última vez a su interlocutor:

—¿Y no hay otra opción?

—Por supuesto. Hay casi infinitas opciones. Pero para que ellos sigan siendo “ellos” y nosotros sigamos siendo “nosotros”, el único camino a seguir es aquel en donde seamos tú, yo y todos los aquí reunidos los únicos que tracemos el camino.

—Al final todo se reduce a una lucha de poder. Un poco triste ¿no?

—No hay otra manera de perpetuar el status quo. A menos claro, que en un arrebato de locura piadosa esté dispuesta a renunciar a su trono, prender la chispa de la revolución y decida enfrentarse a… “nosotros”. Si me permite la broma.

Ambos sonrieron, no necesitaban decirse más. Se despidieron con un frío apretón de manos y seguidos de sus particulares guardaespaldas se dirigieron al lujoso hotel donde todavía quedaba una tarde llena de reuniones y conversaciones tediosas. Ella se detuvo un momento en la entrada, dejó que el sol la acariciara una última vez y con la mejor de sus sonrisas falsas se adentró de nuevo y para siempre en la fría oscuridad.