La lluvia.
Consuelo, recogimiento y solaz, necesitaba el pobre chico, sentado solo, a la intemperie, observando la luna, el cielo, las estrellas, mientras un tenue viento acariciaba su rostro y se preguntaba una y otra vez por qué este mundo es una mierda, por qué las injusticias, por qué las banderas, los descuartizamientos, la humanidad.
Se levanto y me miró, más animado, más maduro quizás. “Al menos hoy”, dijo esbozando una tímida sonrisa, “creo que no va a llover”.
Y entonces una gota, seguida de otras miles, empaparon primero su alma, después lo que quedaba del decrépito jardín.