“Born to be blue”, película dirigida por Robert Budreau, nos muestra un comienzo prometedor, con una curiosa metaficción donde el actor Ethan Hawke interpreta a un Chet Baker que a su vez se interpreta sí mismo en una hipotética película que se está rodando sobre su vida. Por desgracia a partir de aquí se acaban las concesiones a la originalidad y todo transcurrirá por senderos ya vistos y demasiado trillados, enfatizando demasiado, como casi siempre, las relaciones románticas del protagonista, alterando en exceso los hechos reales, y cayendo en la tópica trama de caída en los infiernos con su consiguiente recuperación y redención que le sirve al siempre competente actor americano para lucirse e interpretar con solvencia algunos de los clásicos del genial trompetista.
No se engañen, disfruté mucho viendo esta película, más que correcta en casi todos sus apartados, pero, además de pecar de cierta rigidez en su planteamiento, cuando sabes que casi todo lo contado en esta historia está manipulado, tergiversado y en no pocas ocasiones totalmente inventado, te queda un regusto agridulce, casi de engaño, pues no hacia falta ornamentar tanto una vida que ya de por sí fue interesante y llena de hechos insólitos.
El gran problema al que se enfrenta “Born to be blue” es que palidece cuando la comparamos con el excelso documental de Bruce Weber “Let’s get Lost” rodado en 1988 en impoluto blanco y negro sobre lo que a la postre serían los últimos días de Chet Baker. Alternando entrevistas del propio intérprete con otras de sus múltiples mujeres, amantes, hijos y amigos, el director disecciona sin ningún pudor y con la aquiescencia del propio músico su errática vida, sin ocultar en ningún momento su egoísmo, miserias y adicciones varias (reveladora la escena donde sus hijos le reclaman generosidad económica y sobre todo… un poco de atención paterna) pero sin faltarle nunca el respeto y mostrando a un hombre que vivió por y para el jazz, probablemente su único gran amor.
Sublime una de las secuencias finales, en una fiesta en Cannes donde Chet abandona el escenario con evidente cabreo por la poca atención que le prestaba el “selecto y exclusivo” público presente, pero ante el requerimiento de unos pocos, y herido en su orgullo de artista, vuelve para interpretar una versión de Almost Blue que pone la carne de gallina y te hace olvidar todas las maldades cometidas a esos hijos, esposas y amantes que sufrieron en sus carnes el comportamientos a veces un tanto voluble de un genio que al fin y al cabo de lo único de lo que se le puede acusar, es de comportarse como tal. Imprescindible obra maestra.
Crítica publicada el 13 de Mayo de 2017 en CeluloideParanoide.