Vivimos tiempos de enfrentamiento, de ser las dos caras opuestas de la moneda, el espejo tenebroso del otro. Se crean bandos irreconciliables (agrupados en ideologías, naciones, religiones, géneros, identidades, preferencias sexuales etc.), se alientan batallas por cualquier discrepancia, se demoniza al enemigo y se prohíbe discrepar.
Todo vale para dividir, es la consigna de nuestra nueva era, pues cada vez hay menos debate público y cuestionamiento interno, tan solo bloques megalíticos de uniforme color.
¿Y cual es el motivo? Sencillo. Quieren que seamos las piezas inamovibles de un puzzle corrupto cuyas funciones serán únicamente las de encajar sin protestar demasiado. Puzzle diseñado sin nuestro consentimiento que preconfigura una imagen de desolación y angustia que ni mil ansiolíticos podrán aliviar. Pues una vez divididos y aislados vendrán los recortes de libertad y el control absoluto de la población (que hace tiempo han empezado).
Quizá exagero y me haya levantado demasiado pesimista. Puede ser. Pero en la pandemia vivimos situaciones que jamás me habría imaginado ni en mis peores pesadillas y ciertos acontecimientos actuales no me hacen ser optimista.
En fin, solo nos queda perseverar e intentar no dejarse llevar ni por este odio inculcado desde fuera ni por pensamientos demasiado lúgubres, pues nunca hay que olvidar que la vida es solo un juego, una representación tragicómica para un Dios invisible en la que solo somos actores invitados.
Interpretemos pues nuestro papel de la mejor manera posible sin olvidar nunca que de nuestras acciones individuales dependerá nuestro futuro como colectivo.
Que tengan un buen año y como siempre les deseo feliz misantropía.