El fin de una época

Este es el fin de un Estado, de un sistema político, de una corriente de pensamiento perversa y maléfica que prometía regenerar el mundo y solo lo ha defenestrado.

Ese mal llamado nuevo “progresismo” (que incluye tanto a la izquierda como la derecha política, el neomarxismo cultural y el wokismo) ha hecho retroceder a la civilización décadas en cuestiones morales, espirituales y materiales.

La casualidad ha hecho que solo una semana después de que en España uno de los principales políticos defensores de estas ideas y de un feminismo radical y disparatado fuese acusado por varias mujeres de acoso sexual, una gota fría (ahora llamada Dana ¿?) de intensidad no inédita pero si pocas veces igualada, ha provocado un desastre natural, económico y humanitario sin precedentes en este país (al momento de escribir esto hay una cifra oficial de más de 200 muertos y desaparecidos).

Y la reacción tanto del gobierno autonómico como del estatal ha sido lenta, tardía, insuficiente y en ciertas decisiones hasta contraproducente. De nuevo la casualidad (o sincronía, que diría Jung) ha hecho que uno de estos gobiernos estuviera en manos del PP y el otro en manos del PSOE, izquierdas y derechas ideológicas que hoy ya no significan nada y que revelan que la raíz del problema está en el mismo sistema, tanto a nivel estructural como ideológico. Tenemos así:

-Una partitocracia corrupta y disfuncional que no premia a los más aptos sino a los más trepas, aduladores y despiadados, promoviendo que en los puestos políticos y técnicos de más responsabilidad estén auténticos botarates.

-Ese supuesto progresismo (promocionado por lo que algunos llaman Globalismo) que no se rige por la lógica, la razón ni el sentido común sino por la subjetividad y las identidades, de manera que no solo acaba siendo represor de libertades individuales y promotor de dislates morales, sino que acaba haciendo al sistema más injusto e inoperante.

-Un fracaso del sistema autonómico por su anárquica e improvisada construcción que debe regenerarse completamente devolviendo ciertas competencias indispensables al Estado, eliminando duplicidades absurdas y acometiendo diversas reformas que lo hagan más eficiente y menos costoso para el ciudadano.

-A esto se le suma un represivo aparato fiscal, una inmigración masiva y descontrolada (y muy perniciosa para la sociedad, al contrario que la emigración regulada) y una deuda pública desmesurada que no deja de crecer y que según expertos de economía tarde o temprano nos llevará al colapso y la bancarrota.

De nada sirve echar la culpa de todo al cambio climático si no tomamos medidas para combatirlo y las pocas que llevamos a cabo son incluso profundamente perjudiciales, como el derribo de presas y azudes; de nada sirve echar la culpa al patriarcado si los políticos que presumen de feministas actúan de manera inversa a lo que predican y crean leyes que reducen las penas a los violadores; y de nada sirve votar a partidos que en nada mejoran las condiciones de los ciudadanos, que cada vez crean más leyes represivas y que actúan sumisos al dictado de poderes internacionales aun cuando sus acciones perjudiquen a su propio país.

Teniendo en cuenta que el desastre llegará de manera inevitable solo nos quedan dos opciones: o seguimos negando la realidad votando al partido A o B pensando que la sola alternancia resolverá todos los problemas (cosa que por supuesto no sucederá); o votamos a otras opciones (en este momento hay varias, investiguen por su cuenta) que están decididas a regenerar el sistema desde todos los puntos de vista, de manera que cuando llegue el inevitable colapso podamos afrontarlo de la mejor forma, minimizando daños y creando los cimientos necesarios hacia una reconstrucción de un Estado más justo, libre y solidario.

   

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