George Bailey nunca existió

En el clásico cinematográfico “Qué bello es vivir” (“It´s a wonderful life”) su protagonista George Bailey, amargado por una vida llena de sinsabores donde sus sueños de juventud se han ido paulatinamente frustrando, decide suicidarse en Nochebuena al no soportar la inminente quiebra de su compañía de empréstitos.

Momentos antes de saltar del puente aparece un ángel que, para convencerlo de lo erróneo de su intención, le muestra como sería el mundo si él nunca hubiera existido: El pequeño pueblo familiar y casi idílico donde vivía pasa a ser un lugar degenerado donde los comercios locales, la sala de cine y las pequeñas urbanizaciones han sido sustituidas por un exceso de bares, cabarets y pisos ruinosos donde las familias viven en penosas condiciones.

El capitalismo amable ejercido por su protagonista, prestando dinero a bajo interés a los más desfavorecidos y construyendo casas que vende a muy bajo precio, ha sido sustituido por el capitalismo salvaje de su antagonista Henry F. Potter, un magnate sin escrúpulos que aprovechó la gran depresión para hacerse con el control de todas las empresas y propiedades importantes del pueblo.

Una vez asumido su error George Bailey vuelve a su realidad primigenia y, en una de las escenas más emblemáticas de la historia del cine, regresa junto a su familia corriendo eufórico por la calles nevadas para encontrarse con la grata sorpresa de que todas las personas a las que prestó dinero o ayudó en alguna forma a lo largo de su vida ahora le corresponden salvándole de la quiebra. Incluso el agrio inspector de hacienda que llevaba acechándolo todo el día colabora económicamente en una escena que sería inverosímil en la vida real y todavía más en España, donde los recaudadores de impuestos no suelen hacer gala de espíritu navideño con los autónomos y pequeñas empresas.

Pero por desgracia no es este detalle lo único irreal, los George Bailey de hoy en día o bien han desaparecido o ya poco pueden hacer ante un mundo donde las grandes multinacionales pacen a su antojo, los gobiernos son sus fieles servidores, las democracias cada día restringen más las libertades individuales y la defensa de los derechos humanos consiste en incentivar el aborto y el cambio de sexo en niños (además de otros dislates en los que ahora no me meteré) y no en promover la justicia social, facilitar viviendas dignas o favorecer los pequeños comercios locales. Lo que era una cruel realidad distópica para el protagonista de este magnífico film es ahora el mundo en el que vivimos nosotros, y no parece que ningún ángel vaya a aparecer para solucionarlo.

Quedan películas como esta para recordar ese ideal de sociedad que estuvimos a punto de alcanzar, y no olvidar que hay otras maneras más humanas y naturales de convivir que quizá, y solo quizá, algún día lleguen a ser.

Feliz año y feliz misantropía.