Manipulando

 

Como niños ansiosos modelando plastilina nos gusta jugar con las emociones, creencias, ideologías de aquellos que conforman nuestro círculo de influencia creándolos a nuestra imagen y semejanza, imponiéndoles nuestros prejuicios, manías, odios y escasas filias. Tallamos en sus mentes las medias verdades que sustentan nuestro escaso conocimiento y les arrogamos el brillo y esplendor de la verdad absoluta. A veces de manera bienintencionada, cierto, otras por el mero placer de formar un ejercito de súbditos y adoradores.

Bajo el manto de nuestra autoridad, una bandera, un Dios invisible o un sistema económico y social que no deja de fracasar (pero que seguimos considerando insustituible), propagamos una visión rígida e inamovible de nuestros limitados universos que nos permite seguir ocupando el trono de nuestro hogar, nuestra empresa o la nación que en nuestro delirio creemos presidir por derecho casi divino.

Y cuando surge una discordancia son siempre ellos los causantes de todo estropicio, son ellos los que malentienden y tergiversan, los que quieren romper el orden social o familiar, son ellos y no nosotros los que siempre se equivocan. Y por ello son culpables de alta traición y creamos palabras que los nieguen y hagan sospechosos a ojos de los demás: herejes, insolidarios, conspiranoicos, fachas, ovejas negras, traidor; y después los expulsamos de nuestro rebaño, o les hacemos la vida imposible, o los encarcelamos y torturamos, o los humillamos en publico, o invertimos la carga de la paranoia para que los únicos locos sean ellos y nosotros los seres cívicos y responsables que se ven obligados a tomar la más extrema de las medidas: ejecutar a la disensión.