Palabras

Las palabras nacen, se entrelazan, transmutan y, a veces, mueren. Cargadas de significado alegórico sirven para hacerse entender y poder dar un nombre al mundo que nos rodea, todo existe en la medida que pueda ser nombrado, al menos para en el limitado universo de cada conciencia individual. Cada apalabra arrastra una historia que le da sentido y forma, no surge al azar, y conocer su nacimiento redunda en nuestro propio conocimiento: su origen es parte de nuestro origen, y su muerte será premonición de una muerte todavía mayor, la de aquella sociedad que despreció aquello que los convertía en algo más que bestias, seres sociales que nacen, se entrelazan, transmutan y, finalmente, mueren.

Los que desde esferas innombrables juegan con los humanos como peones de ajedrez ahora juegan con las palabras arrebatándoles su origen inmaculado, destrozándolas a golpe de subvenciones y repetición desaforada, adaptándolas a un servicio siniestro que trasciende el humilde para el que fueron creadas, la comunicación entre semejantes. Las palabras ahora son látigo al servicio de ideologías, demagogos y aprendices de demiurgo, son el caldo espeso en que relatan nuestra inmersión social, la del que nació libre y murió, sin saberlo, esclavo de las palabras que el mismo había traicionado.